Este soldado se enfrentó a los prejuicios de su época y logró ser reconocido en público y en privado como hombre
Amelio Robles posa altivo para la cámara. En la mano derecha, un cigarrillo. En la izquierda sujeta su pistola. Un pañuelo cuelga de la solapa. La cámara lo capta con su traje y sombrero, como dictaba la moda masculina de la época. Sin embargo, detrás de su gesto serio e intimidante, su ropa elegante y su imagen viril, yacía el deseo oculto de una persona nacida con condición legal de mujer que no quería ser mujer.
Robles era un soldado temido y respetado, que alcanzó el grado de coronel en el ejército de Emiliano Zapata durante la Revolución mexicana y que vivió en público y en privado como hombre hasta su muerte en 1984. “Es un caso excepcional porque está documentado, aunque no se puede descartar que hubiera otros”, comenta Gabriela Cano, investigadora del Colegio de México y una de las principales responsables de que la historia de Robles saliera a la luz.
Robles nació hacia 1889 en Xochilapa, un pequeño pueblo de Guerrero, en el sur de México, y se unió al zapatismo cuando tenía 23 años. Eran un país y un mundo muy diferentes. Tendrían que pasar varias décadas para que los primeros grupos de la comunidad LGTBI+ salieran a las calles de las principales ciudades del mundo a reclamar sus derechos, la Medicina avanzara hacia las primeras cirugías de reasignación de sexo y las identidades de género dejaran de considerarse como enfermedades mentales o disforias.
Lejos de los principales núcleos urbanos y sin cirugías ni hormonas ni ejemplos de personajes públicos que hubieran hecho lo mismo, Robles echó mano de la ropa y las actitudes masculinas para su transitar de mujer a hombre, como se observa en la fotografía que le tomaron, datada aproximadamente en 1915. Era aguerrido, hábil con el caballo, diestro con las armas y se relacionó íntimamente con varias mujeres, incluso adoptó a una hija, de acuerdo con Andar de soldado viejo, la investigación de Cano.
“El coronel Robles no era un transexual ni un travesti ni una lesbiana butch, como se le llama a una mujer que le gustan las mujeres, pero que adopta comportamientos tradicionalmente masculinos”, explica Cano, que afirma que se trata de un hombre transgénero.
En una sociedad apabullantemente binaria, en donde una persona tenía solo la posibilidad de ser hombre o mujer heterosexual, el interés de la historiadora era incorporar otras categorías de género a su investigación para entender como se construían los roles sociales de ambos sexos a principios del siglo XX.
“Había una incapacidad de entender que había personas que se sentían diferentes y ahí es donde entra la mirada de la historiadora para poner distancia ante ese binarismo y analizarlo”, señala Cano. “Muchas veces se idealizan los conflictos armados, pero eran contextos extremos de muerte, sufrimiento y dolor, y es en la guerra donde se cimbran los parámetros de género que existían”, agrega.
El machismo era la norma en México. Los distintos bandos de la Revolución desaprobaban la homosexualidad, vista como sinónimo de cobardía. Y aunque Las Adelitas, como se conoce a las soldaderas que participaron en el conflicto y que apoyaron a los hombres en el frente, pasaron a la historia como pioneras en revalorar el papel público de las mujeres, la mayoría de ellas fueron relegadas en la cadena de mando y hay casos documentados de algunas que tuvieron que disfrazarse de hombres para evitar violaciones y violencia sexual, como ha sucedido en otros conflictos.
“Las mujeres estuvieron siempre presentes, pero nunca fueron reconocidas en el Ejército ni por sus compañeros”, señala Claudia Ceja, investigadora de la Universidad Autónoma de Querétaro. “Hay un silencio en la historiografía y las fuentes de la época arrojan solo información a cuentagotas”, agrega. Los corridos (canciones revolucionarias) y el cine rescataron, en cambio, los liderazgos femeninos en la cultura popular. Como en la película Juana Gallo, interpretada por María Félix.
La diferencia de Robles fue que su transición no solo garantizó su supervivencia, le permitió cierto protagonismo. Hacia 1917 o 1918, cuando el conflicto llegaba a su fin, se unió al Ejército federal, aun cuando las Fuerzas Armadas no aceptaban mujeres. En los treinta fue parte del Partido Socialista de Guerrero, dos décadas antes de que se reconociera el voto femenino.
En 1948, tras un examen médico que acreditaba seis heridas de bala y no decía nada sobre su anatomía sexual, se le reconoció como veterano de la Revolución y en 1978, la Secretaría de la Defensa Nacional lo condecoró. Robles tejió una red de relaciones con varios mandos militares que después ocuparon cargos políticos, lo que le permitió seguir como hombre, gracias a un acta de nacimiento apócrifa.
Aunque estaba completamente integrado a su comunidad, su tolerancia y aceptación como hombre no fueron fáciles. Los mismos amigos que aplaudían en público las hazañas del coronel, le llamaban en privado la coronela o bromeaban sobre su transición. La prensa mexicana le dio fama y le dedicó varios reportajes, que trataban como una excentricidad su personalidad masculina. “La coronela es un hombre y, sin embargo, nació mujer”, narraba el periodista Miguel Gil, del diario El Universal.
Incluso ahora, la figura de Robles presenta muchas paradojas. Es la persona que se negó a vivir restringida a los moldes de su sexo, pero que se reinventó como un soldado revolucionario macho. Dentro y fuera de los estereotipos de género de su época, en un país que aún no reconoce a plenitud los derechos de la diversidad sexual y las mujeres, Amelio Robles vivió su vida como el coronel que quiso ser.
Fuente: El País